Expedición PatagoniAnfibia

«Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos»

El cuento es bastante largo, pienso que la idea surgió más seriamente en una salida en mayo de 2021. Aprovechando un fin de semana largo nos propusimos ir a explorar un cajón de río Olivares desde La Parva cruzando el Paso del Cepo. El pronóstico anunciaba algunos chubascos aislados y esperábamos que fuera menos como pasa casi siempre; casi, porque finalmente se largó y cayó como 1 metro de nieve. Abriendo huella con mucho, muchísimo esfuerzo y a duras penas llegamos a Piedra Numerada. A pesar de las penurias de aquella salida que no fueran pocas (también casi se nos incendia una carpa con una cocinilla mala, un dedo medio congelado, etc) curiosamente quedó la motivación de armar una expedición de exploración a Patagonia.

En junio volvería la última cuarentena de la pandemia (a la fecha), aprovechamos de hacer montañismo de escritorio, barajamos algunas opciones y al final nos inclinamos por la zona del río Sur. El río se ubica al noroeste de Campo Hielo Norte desde el cual se descuelgan diferentes glaciares hacia el valle, los más extensos son los glaciares Gualas y Reichert de más de 10 km de largo cada uno que alimentan las lagunas y ríos homónimos. El valle de este río corre de sur a norte por unos 40 km y es parte del Parque Nacional Laguna San Rafael. Este valle tiene la particularidad que posee dos desagües, el río Sur que descarga al río Exploradores, cerca de su desembocadura al fiordo Cupquelán, y por el sur a través del río Gualas que llega al fiordo Elefante.

El glaciar Reichert desde la laguna del mismo nombre.

Hasta hace algunas décadas el glaciar Reichert tapaba todo el valle y no existía la laguna, por lo que el glaciar desaguaba tanto hacia el norte (hacia la laguna y río Sur) como el sur (hacia el río Gualas). El acelerado retroceso del glaciar ha generado diversos cambios en el paisaje, tanto en la vegetación como en la morfología del paisaje al desplazar la divisoria de aguas ahora al verter exclusivamente hacia el sur, menguando el aporte que recibía el río Sur (que drena hacia el norte, en fin la hipocresía).

El valle ha sido recorrido en packraft por diferentes expediciones en los últimos 15 años, por parte de Jarek Wieczorek, José Mijares, Pablo Besser, Jan Dudeck, pero no se sabía de incursiones a las cumbres, aún muchas innominadas. Conversamos con los últimos dos que nos dieron muchos consejos y material con el cual empezamos a planificar. Nos propusimos hacer un circuito entrando al valle remontando el río Gualas, ascender la cumbre más prominente del sector ubicada en un filo entre los glaciares Gualas y Reichert, y salir por el río Sur.

Por las condiciones de viento en el fiordo, nieve en las laderas, caudal en los ríos pensamos que la mejor época era septiembre/octubre, antes de los deshielos, así que fijamos la fecha para la primavera, pero de 2022 para alcanzar a prepararnos bien. En el intertanto realizamos una decena de salidas a cerros, de escalada en hielo, roca, muchos Manquehues, hicimos un curso de kayak de río, descenso de algunos ríos, reuniones virtuales o presenciales donde no faltaron las cervezas, también carretes como la fonda CAU, etc, etc. etc.

Afinando los últimos detalles.

Viajamos en el primer vuelo rumbo a Balmaceda el jueves 29 de septiembre, con una pasada a las 5:30 por el Mcdonald ‘s del aeropuerto. Aterrizamos en Aysén a eso de las 9, todo bien hasta que nos dimos cuenta que un petate de David había tomado un avión rumbo a Sao Paulo; por una extraña razón mandaron las baterías del dron, el traje seco, su mochila, parte de su ración de marcha, entre otros varios artículos a dar un paseo a Brasil (gracias totales a LATAM). Después de meses de planificación frustración fue lo menos que sentimos. Calculamos que a lo menos tardarían una semana en regresar el bolso a Balmaceda (de hecho fue más de 1 semana), esperarlo no era opción, sobre todo porque habíamos calzado justo con una ventana de muy buen tiempo y no íbamos a desaprovechar la oportunidad.

Tras varias llamadas y compras en Coyhaique logramos conseguir la parte esencial del equipo gracias al apoyo de Nati Bugedo, James Alfaro (que nos transportó ese día) y Daniel Torres, que cordialmente nos acogió en Puerto Grosse a eso de las 9 de la noche tras varias horas de viaje cargados de kilos y kilos de equipo y comida (hasta nos llevamos los cascos puestos). Larga jornada. Esa hamburguesa con papas de McDonald ‘s de madrugada nos vino de perilla.

El despertador sonó a las 4am y puntualmente nos levantamos a ordenar el equipo para empezar a remar por la desembocadura del río Exploradores, luego el fiordo Cupquelán. Antes de empezar, Víctor paró la oreja y sintió que un packraft se desinflaba. Operación reparación, y ya, a remar.

El día estaba espectacular, casi nada de viento, el paisaje deslumbrante con sus bosques, cascadas, montañas.

No dejábamos de sorprendernos por cada vista, cada paraje. Se trataba de un lugar especial y cargado de historias, recorrido desde antaño por chonos, alacalufes y personajes como Bartolomé D. Gallardo, el Padre José García, John Byron, Enrique Simpson, Francisco Vidal Gormaz, Augusto Grosse, Federico Reichert, Arnold Heim, Hermann Hess, entre muchos otros.

Tras algunas horas remando, una parada a reparar otro pinchazo y que la marea estaba subiendo tuvimos que buscar un lugar de campamento antes de alcanzar la Punta Huillines. La suerte no era tan mala, encontramos un claro en el bosque en una bahía interior, probablemente usado por pescadores.

Nuevamente despertador a las 4am para zarpar con las primeras luces y poder avanzar al menos hasta la Punta Celtu porque al día siguiente volvía el viento que nos impediría avanzar en el fiordo Elefante. Yo optimista, no dudaba de nuestra capacidad para llegar más allá, hasta la mismísima desembocadura del río Gualas. Estábamos terminando de ordenar la carga aún en la oscuridad de la noche cuando Víctor vuelve a sentir un ruido similar (¡¡maldición!!), ahora otro pinchazo en la popa. Vuelta a parchar el packraft, ya era la tercera vez así que la técnica estaba bien afiatada y al poco rato íbamos felices los 5 remando por el fiordo Elefante.

Parecía un sueño, el agua era un espejo y ganábamos kilómetros con facilidad.

Pasadas las 3 o 4 de la tarde y sin problemas, aunque ya cansados, llegamos a la Punta Celtu; la cruzamos a pie porteando los botes y cargas; al ver que el fiordo aún seguía extremadamente calmo no dudamos en continuar remando sin sentarnos a descansar.

Terminando de ajustar la carga luego del porteo atravesando la Punta Celtu.

Un par de horas más tarde estaríamos en la Punta Huidobro y apareció la desembocadura del río Gualas, sólo nos restaban unos 3km de los más de 30 que remamos ese día. Esta vez sí funcionó la cábala “el que madruga, Dios le ayuda”.

El domingo comenzó como buen domingo, con calma. Fuimos regaloneados con un espléndido sol con el que secamos casi todo el equipo (David comentó «ahora entiendo porqué los pueblos originarios de aquí alababan tanto al sol») y a media mañana comenzamos la siguiente tarea: remontar el río Gualas. Esto lo hicimos de diferentes formas: caminando río arriba y arrastrando el packraft como un trineo, a ratos remando contra la corriente (cuando el río era más profundo y la corriente lo permitía) y en algunos tramos con menos agua, porteando el bote y la carga. Sólo Víctor quiso probar el nado estilo libre arrastrando el bote.

Se pronosticaba una tormenta y el aire estaba cálido así que el lunes partimos de madrugada a remontar los últimos kilómetros hasta la laguna Gualas, los más duros por la fuerte corriente y el agua heladísima.

Hacia el mediodía encontramos el lugar perfecto para nuestro campamento base, a los pies de la laguna, protegidos por un joven bosque de coigües, y con vistas al filo que ascenderíamos más adelante.

Al medio la bahía del campamento base visto desde el filo. Cual Walden de Thoreau.
El ánimo seguía alto, luego de instalar el campamento fuimos a mirar la ruta hacia el filo y el glaciar Gualas
Al día siguiente hicimos un paseo a mirarlo desde la laguna.

Mientras llovía nos dedicamos a leer, escribir, escuchar música, jugar cartas, empezar agotar la ración de marcha, conversar con el chucao que no salió nada tímido y se colaba en el avance de la carpa, y por sobre todo, discutir de cuando nos convenía subir a intentar la cumbre que nos habíamos propuesto, todo en base a los diferentes pronósticos que recibíamos de parte de Damir, Cata y del mismo inreach. Al final solo descansamos 2 días y a pesar de que para ese día se pronosticaba lluvia intermitente, queríamos ganar terreno para cuando llegara la ventana de buen tiempo.

El inicio del filo pensábamos sería sencillo, los trepes por la roca resbalosa, los musgos y una suave pero ya continua lluvia hicieron lo suyo en nuestra aproximación al bosque inexplorado.

Tras varias horas, y sin mayor discusión armamos el campamento casi donde terminaba el bosque en un mallín ni tan mojado ni tan seco. Ascender por el bosque tupido, con fuerte pendiente, y mochilas fue duro, pero mucho más producto por la ahora incesante lluvia. El ánimo estaba por el suelo y básicamente nos sostenía la ilusa idea que al día siguiente saldría el sol.

Durante la noche bajó la temperatura y ahora nevaba. Recién a las 2 de la tarde se asomó un rayo de luz y raudamente salimos a tender nuestras pilchas, hasta le hicimos un baile ritual al sol para que no pasara de largo (una especie de “el que baila, pasa”, pero a la inversa). Con Martín nos animamos a explorar una vía para salir del bosque y luego por el filo más arriba; se veía prometedor y la mejora en el tiempo nos daba esperanza.

Desarmamos campamento de madrugada con esfuerzo por la escarcha pegada a las carpas y los parantes congelados. Superado el bosque nos recibieron las primeras luces y una vista maravillosa, de esas que hacen que uno piense que bien valió la pena todo el esfuerzo hasta allí. Colores y nubes que solo se ven en Patagonia. Vamos ganando metros a través de la nieve profunda, más arriba por el filo arreciaba el viento y paramos a calzarnos los crampones para avanzar por la mayor pendiente y por una capa de nieve dura bajo la nieve polvo.

A eso de las 9 de la mañana visualizamos la ruta completa a la cumbre y hasta un posible lugar de campamento. Pero algo nos quita la sonrisa, las laderas por las cuales debemos seguir se ven muy cargadas de nieve y la cumbre ya se empezaba a tapar de nubes.

Realicé una calicata improvisada en la empinada ladera por donde ascendíamos y un bloque superior que desliza fácilmente por sobre otro más duro en profundidad nos sugiere la difícil decisión de volver. Intentamos buscar una alternativa por el filo y notamos más advertencias, cortes en la nieve, más de 10 rastros de avalanchas y para rematar un súbito aumento de temperatura (solo el viento nos obligaba a mantenernos abrigados). Lo habíamos dado todo y la ruta era clara, pero estaba expuesta a condiciones inseguras.

Volviendo sobre nuestra huella. Al fondo a la derecha la cumbre tapada con nubes.

Decidimos volver al base ese mismo día ya que pintaba que la ventana solo fue aquella corta mañana; y era real, pasado al medio día volvería a llover y la cumbre no se destaparía nunca más, cosa que nos dejó más tranquilos de la decisión de dar la vuelta. Bajamos más directamente por el bosque con buenas desescaladas agarrados de las ramas. Fuera del bosque la lluvia y el cansancio nos forzaron a improvisar un campamento sobre la roca.

El domingo 9 bajamos con calma, montamos 3 rapeles en las partes más resbalosas de roca y musgo (como pasa casi siempre, en el último se atascó la cuerda). De regreso en el base sacamos los mejores manjares para celebrar los 30 años que cumplía Emil.

Los siguientes días las cumbres permanecían siempre tapadas, a ratos caía lluvia, una noche hubo un fuerte viento e incluso granizó, ahí en el base, a 30 m s.n.m. Igual aprovechamos para ir a recorrer y escalar en el hielo del glaciar Gualas, explorar el río San Valentín, y cuando la cosa se ponía más fea nos guardamos a descansar en las carpas.

El jueves 13 iniciamos el regreso, abandonamos el base y tomamos rumbo hacia el norte. El tramo de río a remontar hacia la laguna Reichert arrastrando el packraft contra la corriente fue sin duda uno de los más duros. Además, el cauce muy irregular que no se veía porque el río venía turbio cargado de sedimentos, seguía lloviendo y hacía frío (luchando contra el río invocamos su ascendencia completa, sin parar y varias veces). Fue en esos minutos, después de varios días en terreno en que fueron claves la buena planificación de equipo y la confianza en la cordada, cuando pesan todas las horas que se compartieron antes de la expedición.

Remar la laguna Reichert fue más bien una prueba a la paciencia, sobre todo para Víctor que no contaba con faldón y se le llenaba el bote con la fría lluvia. Entumidos alcanzamos la orilla norte y montamos el campamento junto a una gran roca, bajo la cual cenamos lo mismo de todos los días: puré con queso y salamín (alternamos con cuscus y diferentes condimentos). Contra todo pronóstico, nunca nos aburrió el menú, al contrario, seguimos usándolo en las salidas a la vuelta.

Después de 6 días volvió a aparecer el sol, y con ganas. Nos tocaba ahora el porteo a la laguna Sur a través del cauce de un antiguo río, de hace un par de décadas cuando el glaciar Reichert cruzaba todo el valle, y desaguaba hacia el norte y al sur. Fue un trabajo pesado en el que algunos optaron por llevar toda la carga de una y otros por hacer un porteo, i.e. llevar una mochila, dejarla en un punto marcado (punto crucial) y volver por el resto. La última parte recorrimos un pequeño estero entre troncos, mallines.

Y finalmente, una escena que nos hizo olvidar todas las penurias: un atardecer en un paisaje de ensueño, largas cascadas que caían a través de bosques tupidos a la transparente laguna sur, sobre la que revoloteaban decenas de golondrinas.

Acampamos en la orilla norte de la laguna soñando que se iba hundiendo con nuestro peso y terminamos bien mojados (hasta sanguijuelas invadieron una carpa), pero no importaba, al día siguiente estaríamos en el hormigón seco de Puerto Grosse, como hobbits de regreso a la comarca.

Nos quedaba la guinda de la torta, descender todo el río Sur hasta su confluencia con el río Exploradores. Salimos temprano para tener holgura así que el inicio del río se mantenía oscuro por las sombras del bosque y debíamos ir atentos a no chocar con los troncos viejos que atravesaban el cauce. Poco a poco afinamos el ojo, agarramos confianza y logramos sortear los rápidos que movían bastante el packraft al llevar tanta carga sobre la borda.

Y casi sin transpirar alcanzamos los tranquilos meandros de la desembocadura, y poco más allá, el Puerto Grosse, donde nos esperaba Franco Delgado para llevarnos de regreso a Coyhaique.

Volvíamos al mismo punto desde donde zarpamos 16 días atrás; para algunos les sonaría una eternidad (en especial los trabajadores dependientes con 15 días de vacaciones al año), para otros más experimentados, una breve expedición. Pero sin duda, después de todo este recorrido, ni el agua ni menos nosotros seríamos en adelante, los mismos.

Brindando en Puerto río Tranquilo junto a Franco (al medio con boina).

Equipo y fotos: Agustín Ferrer, Martín Hurtado, Emil Stefani, Víctor Zavala, David Cossio

Relato: Agustín Ferrer

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